Sueños lentos, aviones veloces

1024 768 narracion
  • 0

Tras un sonoro chasquido, la joven desaparece. Parece que su despertador la ha arrancado de los brazos de Morfeo prematuramente. Eduardo Montalbán se queda solo y con la palabra en la boca, sentado en ese banco de El mirador de la Partida en la Casa de Campo. Contemplado como su querida Madrid, imponente y hermosa, le devuelve la mirada a sus viejos ojos verdes. Permanece un momento pensando en su conversación con la joven. La cual sin duda se ha quedado estupefacta, pero era necesario alterar un poco su trayectoria antes de que fuese hacia un punto de no retorno. Haciendo todo el uso de las zonas grises que su juramento le permite ha conseguido proponerle lo que puede ser la salvación o su pasaporte al infierno, solo el tiempo lo dirá.

A su alrededor, la soleada estampa de la Casa de Campo del 2021 comienza a disolverse, dejando paso a un escenario un tanto más macabro. Al dejar de esforzarse por controlar su subconsciente las verdes praderas se tornan en frío fango, aplastado por botas, carros y caballos. La vieja Madrid pierde parte de su actual silueta, notando las grandes ausencias de la Catedral de la Almudena y todo edificio que supere las quince plantas de altura. Pero sigue siendo Madrid. El encorsetado cauce del Manzanares desaparece, dejando a su paso un mar de sábanas secándose en los lavaderos mientras que  las columnas de humo, polvo y muerte se elevan por doquier en el horizonte. Lo que hace un momento eran trinos de pájaros o risas de niños se ha tornado en disparos lejanos, explosiones y gritos ahogados por la distancia. 

Absorto en sus pensamientos, Montalbán no repara en el gallardo cisne que se sitúa en el banco a su lado. Tampoco se gira a mirar cuando el cisne se transforma en una preciosa mujer vestida de verde. 

  • ¿Te he dicho alguna vez que eres un dramático? Mi querido caballero Glauco. 

Sin mover una fibra Eduardo Montalbán replica:

  • Yo sere un dramático pero usted, señora mía, es una cobarde. Afortunadamente su hija ha salido al padre.

Este comentario rebota en la mujer como una flecha contra un muro de pedernal, sin daño para el muro, pero el impacto se ha visto como una chispa fugaz. 

  • Airon querido, te pedí que le echases un ojo, no que fueses su padrino. Estás jugando en el límite de tus juramentos y extralimitando mi petición. 

Con una sonrisa triste y aún absorto contemplando la ciudad, Montalbán responde.

  • Eduardo Montalbán, si no le importa. Usted me pidió que le echase un ojo a la niña y eso voy a hacer. Mis métodos y maneras no son de su incumbencia mi señora. Si tiene alguna queja, ya sabe dónde estoy – dice señalando Madrid con su elegante bastón– venga cuando quiera y lo hablamos.

Segunda flecha contra el metafórico muro de pedernal que rodea a la dama de verde. 

  • Juega cuanto gustes en tu paramo esteril, pero no me hagas venir a por mi hija, Airon, te lo advierto. 

Tras estas últimas palabras cargadas de tóxica maternidad la mujer de verde se transforma de nuevo en cisne y emprende el vuelo hasta perderse en el plomizo y bélico cielo de esa Madrid onírica. El guardián de Madrid, Eduardo Montalbán, tras contemplar una última vez la mutilada imagen de su ciudad, murmura algo y desaparece. Dejando tras de sí una de sus pesadillas recurrentes favoritas.

  • Publicado En:
  • MF