Gran via: Día 900

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A no muchos metros bajo tierra, en uno de los andenes de metro más conocidos de Madrid, actualmente rehén de unas obras que no parecen tener fin, una acalorada discusión inunda la galería subterránea llamando la atención de todos los obreros. 

“¡ME DA IGUAL LO QUE DIGAN LOS CHUPATINTAS CON TRAJE. LLEVAMOS MÁS DE DOS AÑOS DE RETRASO EN UNA DE LAS ESTACIONES CON MÁS TRÁFICO DE VIAJEROS DE LA PUTA UNIÓN EUROPEA!”

Un operario con casco verde, un par de kilos de más y un portaplanos trata de apaciguar al jefe de obra, que lleva un rato fuera de sí obsequiando a los obreros con una generosa lista de palabras malsonantes de nuestro nada modesto santoral patrio. ¿El motivo? Un sobre confidencial con el emblema de algunas de las constructoras expertas en licitaciones públicas del Grupo VRN junto a los logos de Patrimonio Nacional y el del Ministerio del Interior. ¿El contenido de dicho sobre? Esparcido en pequeños trocitos de papel que el jefe de obra en un breve, pero intenso, arrebato de ira ha confeccionado para adornar temporalmente su mesa de trabajo. 

“ME IMPORTA UN BLEDO LA PUTA MURALLA, LA ESTACIÓN ORIGINAL, ME IMPORTA UN CARAJO LA SUPUESTA NECRÓPOLIS ARABE Y ME COMEN LOS COJONES LOS OBREROS QUE DICEN VER COSAS RARAS. AL INFIERNO CON TODOS ELLOS”

De nuevo sin éxito el señor del portaplanos trata de controlar la situación con promesas vacías y halagos parcos. Nada puede calmar a un hombre que lleva casi 4 años de su vida encerrado día y noche bajo tierra tratando de terminar una obra que parece el telar de Penélope. Y mucho más cuando las constructoras y el propio gobierno son los encargados de deshilachar su preciado “telar”. Que si esto esta mal, que si había aparecido un trozo de muralla, que la estación original de principios de siglo es un BIP (Bien de Interés Patrimonial), que si los obreros desaparecen durante horas sin saberlo o ven cosas raras. Todo eso estaba acabando con su paciencia. Y ahora ese difunto sobre le indica una serie de órdenes que retrasan las obras más aún. El pobre hombre ha llegado a su límite. Nada, ni siquiera el pobre operario del casco verde y su tímida sonrisa habrían podido hacerle entrar en razón. Aunque claro, él había sido el heraldo de dichas noticias, no empezaba con muy buen pie que digamos. Por lo que decide desistir y marcharse por donde ha venido.

Despacio, aún escuchando los improperios del jefe de obra, con la satisfacción de un trabajo bien hecho el operario y su portaplanos comienzan a alejarse por el pasillo encaminado hacia la salida temporal de las obras en la aledaña y conocida calle Montera. Camina decidido, pero con parsimonia, asiendo su portaplanos de una forma un tanto extraña. Una vez en la calle antaño abarrotada, ahora casi desierta gracias a las estrictas medidas contra la pandemia, un elegante mercedes se detiene en el extenso paso de cebra y el operario se sube. Dentro del vehículo el chofer servilmente pregunta:

“¿Todo en orden señor Montalbán?”

Donde antes estaba sentado un regordete, afable y bigotudo operario vestido toscamente con unas botas de trabajo y un abrigo impermeable, ahora se encuentra un elegante caballero de ojos verdes, impecablemente vestido, que contempla la ventanilla con el aleteo de una sonrisa en sus labios mientras tamborilea con los dedos sobre el bastón que ha sustituido al portaplanos.

“Todo en orden, esto nos dará algo de tiempo. Arranca”

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